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Centros Chilenos en el Exterior

A cien años del natalicio del Presidente

A cien años del natalicio del Presidente

La Nación

Domingo 15 de junio de 2008   

 Por Francia Fernández 

Quiso "devolver la cultura al pueblo" y en ese intento Dicap y Quimantú fueron nutrientes para todos. El 26 de junio se celebran 100 años de su nacimiento y José Balmes, Aníbal Palma, Pato Manns, Nissim Sharim y Vicente Larrea recuerdan su visión cultural. Además Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat coronan las actividades que celebran este cumpleaños en Chile y el mundo.

Foto: La foto de Allende acompañará el sello postal que Correos de Chile sacará en su honor

Quienes conocieron a Salvador Allende lo recuerdan como un hombre culto. Un gozador que apreciaba la literatura, la música y, sobre todo, la pintura. Y un "gentleman" con un sentido del humor extraordinario.

La preocupación del Mandatario por la cultura estuvo en el centro de su última campaña presidencial, que los artistas bautizaron con el lema "El pueblo tiene arte con Allende". Comenzaba 1970. Una enorme carpa de circo que Tony Caluga prestó para la ocasión, se desplegó en el Parque Forestal, frente al Museo de Bellas Artes. Allí había debates y exposiciones hasta la madrugada, cantantes y poetas se turnaban para ocupar el escenario; paralelamente, se remataban obras gráficas a beneficio de la campaña.

"Allende estaba al tanto de los movimientos artísticos, estaba al tanto de todo", afirma el pintor José Balmes, quien integraba el comité que lo seguía a todas partes. "Durante la campaña nos reuníamos todos los domingos al mediodía en la Galería El Patio, para programar lo que hacíamos. Los artistas de regiones también se sumaban".

Con Pablo Neruda a la cabeza, los creadores que apoyaban al Gobierno de la Unidad Popular (UP) y a Allende firmaron un manifiesto en el que se comprometían a "devolver la cultura al pueblo". Nunca antes una candidatura a la Presidencia ostentó un sello tan particular.

El programa presidencial también recogía esta responsabilidad. La medida número 40 estipulaba la "creación del Instituto Nacional del Arte y la Cultura". Algo que nunca llegó a cumplirse. Su rol fue suplido en parte por un Departamento de Cultura de la Presidencia.

"Políticas puede haber muchas, pero lo importante son las realizaciones", comenta al respecto Aníbal Palma, ex ministro de Educación de Allende. "Si uno analiza su Gobierno, durante los tres años hubo un auge cultural sin precedentes. Nuestra música siempre existió, pero la proyección internacional de los artistas chilenos, con el respaldo que se le dio a grupos como Inti-Illimani, ocurrió allí. El fomento a la lectura es otro hecho irrebatible", enfatiza.

"El aporte del Gobierno de Allende a la cultura chilena fue crear un nuevo estatus de cosas que permitieran a la sociedad un mejor florecimiento en todos los planos, no sólo de las artes, sino de los seres humanos que habitábamos este país", sostiene el actor Nissim Sharim. "Esto se vio desnaturalizado muy pronto, cuando con el golpe se cortaron sus esencias", agrega. "Es difícil hablar de concreciones específicas, porque fueron literalmente borradas del mapa".

Pero sí las hubo.

 

SABER POPULAR

La Editorial Quimantú fue el mayor logro en materia de cultura del Gobierno popular. Y, por otro lado, "el ejemplo más notable de una empresa estatal y eficiente", según apunta José Miguel Varas en un capítulo del libro "Salvador Allende, presencia en la ausencia", que acaba de lanzar Lom Ediciones.

De acuerdo al escritor, "Allende estaba convencido de que la lectura amplía los horizontes, los conocimientos y la imaginación". Fue así que el 12 de febrero de 1971 se firmó el acta de compra de Zig-Zag, entonces una de las editoriales más importantes del país, con la idea de poner los libros al alcance de todo el pueblo chileno.

Bajo la dirección del escritor costarricense Joaquín Gutiérrez, Zig-Zag pasó a llamarse Quimantú (en mapudungún, sol de saber). Y los libros se comercializaron a precios populares, al punto que un ejemplar llegó a costar lo que un paquete de cigarrillos.

En dos años y medio, la editorial publicó 12.093.000 volúmenes de 247 títulos diferentes. Se vendieron 11.164.000 unidades. "La población no pasaba de 10 millones de habitantes. Prácticamente se agotaron. Se creó una inquietud en la gente que no se ha vuelto a repetir. Si uno observa la realidad ahora, un escritor exitoso apenas alcanza los tres mil ejemplares", destaca Aníbal Palma.

Con tiradas de 50 mil ejemplares, la editorial abordaba diferentes temas a través de distintas publicaciones: "Cuadernos de educación popular", "Grandes obras de la literatura universal", "Quién es Chile. Serie hoy contamos" y revistas como "Ramona", "Cabro chico" y "Paloma".

Los libros se vendían en los quioscos y las gasolineras. "Si Chile hubiera continuado leyendo a ese ritmo, otro gallo cantaría hoy", dice el cantautor Patricio Manns, quien fue uno de los tantos intelectuales que escribieron en Quimantú y que, además, trabajó como periodista en las últimas dos campañas presidenciales de Allende.

TODAS LAS VOCES

A mediados de los sesenta surgieron en Chile diferentes voces. En la Peña de Carmen 340, o De los Parra, cantautores nacionales como Quilapayún o Víctor Jara encontraron un espacio para la canción comprometida con la reivindicación de la clase obrera y del sentir latinoamericano. Entonces surgió la Nueva Canción Chilena, de contenido social y raíces folclóricas.

"Yo llamo a ese tiempo la ‘década prodigiosa’", declara Manns, protagonista y testigo del movimiento. "En todo el mundo veían la luz experiencias nuevas. Aparecieron Los Beatles; la Nueva Trova Cubana, con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés; la Nueva Canción Catalana, con Joan Manuel Serrat. Había efervescencia en el aire, se respiraba creatividad. Éramos una patota de locos felices, devorando una suerte de euforia inconcebible".

Allende era entonces senador y asistía con cierta regularidad a la peña. Fue precisamente durante su candidatura presidencial, a la par de los primeros festivales de la Nueva Canción Chilena, que este canto tomó fuerza. Y la recientemente inaugurada Discoteca del Cantar Popular (Dicap) se transformó en su principal vía de difusión.

"Antes de Allende, la música chilena fue censurada, no la tocaban en las radios. Primaba en ellas la Nueva Ola y trataban de proyectar una cosa banal y estúpida", asegura Juan Carvajal, ex director artístico del sello. "Después comenzaron a tocarla, porque tuvo un éxito comercial".

Dicap se convirtió en la segunda discográfica del país, tras RCA (nacionalizada como IRT), en los setenta. Entonces, Tito Fernández, el "Temucano", lideraba los rankings, con ventas que duplicaban a cualquier otro cantante. Le seguían Quilapayún; bastante más atrás, Víctor Jara e Inti-Illimani, y a muchos otros pasos de distancia, los Parra.

"Los opositores se iban a sellos comerciales como Odeón", relata Carvajal. "Pero nosotros, en el ’73, estuvimos a punto de grabar música de Mikis Theodorakis [quien musicalizó el ‘Canto general’ de Neruda], con Gloria Simonetti".

Otra característica de Dicap fue el desarrollo de carátulas que unían música y gráfica. En general, los discos de la época venían con una foto del intérprete y letras sin ningún diseño. De la mano de los hermanos Antonio y Vicente Larrea, y de Luis Albornoz, la compañía lanzó unas cien tapas con estilo propio, durante los cinco años que funcionó. Entre ellas, imágenes emblemáticas, como la de Víctor Jara "con el cigarrito".

Tras el golpe, los militares desmantelaron las dependencias de la compañía y quemaron material irrecuperable. Para siempre se perdió una grabación-homenaje a Neruda, que se hizo en el Estadio Nacional, cuando recibió el Nobel, con discursos de Salvador Allende y Carlos Prats. "La destruyeron en mi casa. Habría sido algo maravilloso tenerla en estos momentos", dice Carvajal. Este barítono y actual profesor de Canto e Interpretación de la Universidad Arcis, estaba en Roma, junto con Inti-Illimani, como parte de una misión cultural de Allende, el 11 de septiembre de 1973. Gracias a que llevó gran parte del catálogo, éste pudo reeditarse más tarde.

 

MUSEO DE LA SOLIDARIDAD

"Cuando vino la última campaña de desinformación de la derecha dura, el Gobierno armó la ‘operación verdad’. Invitó a intelectuales y políticos para que vinieran a ver la realidad chilena", explica José Balmes, quien era decano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile y formaba parte del Consejo de Cultura de Allende.

"Yo le propuse que invitara a José María Moreno Galván, un prestigioso crítico perseguido por la dictadura de Franco". Según recuerda, su invitado y él bajaban por Agustinas, cuando el español le comentó que quería proponerle un proyecto al Presidente. Entonces, Balmes le sugirió que fueran a verlo. A Moreno Galván le sorprendió la facilidad con que entraron por Morandé 80. "Le pareció peligroso... En fin, hablamos con Allende. Moreno le dijo que se podían traer obras del mundo a Chile, de los pintores antifranquistas, formar una gran colección de arte que apoyara al Gobierno popular, con trabajos que los artistas donaran".

Cientos de obras de figuras como Picasso, Miró, Siqueiros y Guayasamín arribaron al país. Y la primera exposición del Museo de la Solidaridad se inauguró en 1972 en el Museo de Bellas Artes, en momentos de gran tensión política.

Le siguió otra en el edificio donde se realizaría una conferencia de la Unctad y que Allende esperaba se convirtiera en un gran centro cultural. La construcción, levantada maratónicamente en apenas ocho meses, con la colaboración de numerosos ingenieros y artistas, se llamaría en el futuro Gabriela Mistral. Pero los planes de Allende acabaron irónicamente. Después del golpe, obras de artistas connotados que decoraban el lugar fueron saqueadas. Y con La Moneda bombardeada, éste se convirtió en el centro de operaciones de Pinochet, bajo el nombre de Diego Portales.

Para "el 11", una muestra del Museo de la Solidaridad se exhibía en el Museo de Arte Contemporáneo, ubicado en la Quinta Normal. Muchas obras se almacenaron en malas condiciones o fueron escondidas en pasillos subterráneos de la Escuela de Bellas Artes (el ahora MAC del Forestal). Recién, a mediados de los ochenta, Balmes, actual director del Museo de la Solidaridad Salvador Allende, y Pedro Miras, las pudieron recuperar.

Hoy, el museo reúne unas 2.500 piezas. "Y aún seguimos recibiendo obras, porque hay gente que quiere aportar", señala Balmes.

 

MURALES Y AFICHES

A comienzos de los setenta había en Chile un clima propicio para la creación y un apoyo a un movimiento de masas fuerte. Mientras la polarización política se gestaba, la participación ciudadana se desbordaba en las calles, cuyos muros amanecían pintados. Esta forma de expresión se había popularizado durante la campaña presidencial de Allende, en que brigadas muralistas, como la Ramona Parra, alcanzaron protagonismo.

La mayoría de los artistas plásticos también estaban involucrados. Junto a los muralistas, que a veces se disputaban los espacios con violencia, pintaron, por ejemplo, muros desde la Estación Mapocho hasta la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Todo esto se prolongó a lo largo del país, en las carreteras.

Hasta Roberto Matta, invitado Chile por el Mandatario a fines de 1971, se contagió y se unió a la Ramona Parra para la creación del "Primer gol del pueblo chileno", en la Piscina Municipal de La Granja. El mural, de 25 metros de largo, fue bautizado así en referencia al cumplimiento de un año de Gobierno de la UP.

Los carteles también tapizaban las paredes. Los hermanos Larrea hicieron el afiche "Por ti venceremos", que cerró la campaña de Allende, por ejemplo. "El Gobierno de Allende marcó el período más popular del afiche en Chile", afirma Vicente Larrea. "Cumplía una función plenamente social. La idea era que un afiche fuera entendido por igual por todos los chilenos. No era una comunicación para elites. La gráfica reflejaba el espíritu del Gobierno de Allende, que era sumamente amplio".

Tanto como las anchas alamedas que él vislumbró para el hombre libre, y que, pese al valor de sus ideas, apenas logró pavimentar.

 

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