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Centros Chilenos en el Exterior

Adiós, micro amarilla

Adiós, micro amarilla

Un recorrido nostálgico por el extinto sistema de transportes

Llegó el Transantiago. Es el fin del reinado del chofer de la amarilla, amo y señor de las calles. Seguro que muchos extrañarán el refrescante dulzor de los choco panda. Y quizás, en un par de años, decir “yo tomaba la 376” suene tan mítico como haber subido alguna vez a la Matadero Palma.

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Katerinne Pavez

En el último día de Santiago sin Transantiago, subiendo por última vez a una micro amarilla, me permití algunos deslices: tomé la micro en segunda fila, me bajé por la subida y pedí al chofer que me llevara “por doscientos”.

Las micros amarillas se retiran, aunque no sabemos si para siempre: es casi un hecho que algunas de ellas aplanarán las calles de San Antonio, Rengo o alguna localidad apartada del sur de Chile. Las que se quedan –pintadas de blanco y verde- harán que no sea tan grave la nostalgia de los capitalinos por su antiguo sistema de transporte. Una nostalgia que es difícil de comprender arriba de un bus del recorrido 228 - Peñalolén: le faltan asientos, los que están se hunden, parece que el tubo de escape va conectado a la ventanilla y es un milagro mantener el equilibro para quien va de pie.

El chofer no se inmuta con nada, sentado sobre un sillón “enchulado” con una funda de cuerina roja y flecos amarillos. El frontis de la micro luce la misma decoración, aunque falta el detalle principal: las pegatinas y peluches que siempre terminaban delatando la personalidad de quien conducía. “Jesús es mi copiloto”, “Papito no corras” o mi preferida, por lo enigmática y atemorizante, “Sólo Dios sabe si vuelvo”, fueron retiradas por las autoridades hace meses, según me contó Carlos, el conductor que se despidió ayer de su querida máquina.

Quizás la añoranza y eso de que todo tiempo pasado fue mejor nos haga algún día recordar con cariño las carreras en las que los pasajeros volaban, las micros que se llovían enteras o el chofer que cuando se picaba con el pasajero, echaba a andar el bus antes de que pudiera bajarse por completo. Qué decir del incauto que se caía de la pisadera cuando la micro partía con las puertas abiertas, o de la costumbre de pasar las monedas del pasaje de mano en mano hasta que llegaran al chofer, quien devolvía el boleto con el mismo sistema, cuando el bus estaba muy lleno. Ya me está dando pena.

Remate por cierre

Los vendedores ambulantes decidieron tirar todo a la parrilla. Por micro -en promedio- se suben tres personajes que ofrecen desde calendarios de bolsillo, destornilladores y lápices, todos por “encargo de la importadora” y “más baratos que en el comercio establecido”.

Uno de ellos, visiblemente acalorado y sudoroso, vende cinco lápices por quinientos pesos. Termina su discurso con un “compren, que la oferta es sólo por hoy, por Transantiago”, que me impulsa a adquirir el set de portamina, destacador, plumón y dos lápices de pasta. Aunque sé que no me van a durar mucho.

Al pagarle los quinientos, le pregunto: ¿Y que va a hacer ahora, en qué va a trabajar? Se encoge de hombros como única respuesta.

El vendedor de helados es más optimista: “Seguro que voy a encontrar otra cosa, o por último vendo en los paraderos”, me dice, al tiempo que me pasa un Fruna Piña, de esos pa’ la sed pa’ la calor.

Pero lejos el más exitoso y raro es el vendedor de ungüentos naturales para las inflamaciones, el “golpe de aire” y las durezas de los pies. Sus cremas, promocionadas con vigor, son compradas por lo menos por cuatro personas -de las cuales más de alguna irá a parar a la posta por alergias- supongo, al ver el aspecto de las pomadas. El hombre se baja de la micro 130 Renca La Florida con una buena ganancia, como para cerrar el negocio con números azules.

Santiago enloqueció

Fotografiando una micro amarilla, una señora que tiene un cinturón ortopédico se acerca al reportero gráfico que me acompaña en forma vehemente: “Grábeme, grábeme, mire lo que me hicieron las micros del Transantiago” grita con los ojos desorbitados, mientras el fotógrafo, estoico, trata de explicar que no es de la tele, sino de un diario. En medio de la calle Teatinos, la señora no quiere soltarlo, lo lleva del brazo, hasta que aparece Carabineros y la calma un poco, mientras huimos.

Hay un ambiente de locura con esto del cambio de transporte. Los santiaguinos cada vez elucubran teorías más raras. Basta escuchar un diálogo de micro: “Ahora, como tendremos que pagar con tarjeta, el que no tiene plata para cargarla no va a poder llegar a su trabajo y lo van a despedir. Te digo, el Transantiago va a traer mucha cesantía, niña” dice una mujer a otra. Y Prosigue: “Mi hija me pide plata para salir a bailar, pero yo le digo que no porque ahora hay que juntar todas las monedas para andar en micro”. Concluyo que el Transantiago nos va a dejar sin carrete. Es como para preocuparse ¿o no?

 

 

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