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Centros Chilenos en el Exterior

Las sombras de tres clínicas

Hoy + MAÑANA

La London, The Clinic y la Santa María se proyectan sobre la figura del general (R) Augusto Pinochet. Hoy sólo falta acreditar el vínculo directo entre el químico Berríos y la operación de inteligencia en torno a Frei.


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Por Hugo Meri 

Una de las confirmaciones más espeluznantes que arroja la investigación de la muerte del ex Presidente Frei Montalva es el grado de sofisticación que alcanzaron los métodos del régimen militar para eliminar a sus “indeseables”. Tejió, para ello, una red clandestina de profesionales de alta calificación -con médicos, sicólogos y bioquímicos, entre otros- que operó en las sombras de centros de detención y tortura y clínicas preparadas tanto para cuidar la vida de sus agentes y familiares como para procurar la muerte de los adversarios, y en ciertos casos la de algunos de aquellos también.

El alcance de esta maquinaria para los ciudadanos corrientes es que esos profesionales atendían, al mismo tiempo, en clínicas privadas, hospitales públicos y laboratorios e institutos bacteriológicos. Pacientes y familiares tuvieron la oportunidad de estremecerse años después, cuando, por la publicación de estas vidas dobles, comprobaron que su salud o la de los suyos estuvo en manos tan tenebrosas. Doctores de actitud preocupada y afable saltaron al tapete como agentes y criminales encubiertos, a la manera de esos mafiosos y sicópatas de los cuales el cine y la literatura han proporcionado arquetipos clásicos.

En el caso de la muerte de Frei Montalva, hubo al menos dos médicos que trabajaron en la clínica clandestina London de la Dina y también en la Santa María, el prestigioso centro privado donde fue operado el ex Presidente. Sus nombres están consignados en el proceso y el juez Alejandro Madrid investiga su exacta participación en los hechos: los doctores Sergio Vélez Fuenzalida y Pedro Samuel Valdivia Soto. Al menos éste último ejercía en la Santa María el 18 de noviembre de 1981, cuando Frei se internó allí por primera vez.

La conclusión del abogado de la familia, Álvaro Varela, es que el Estado usó toda su capacidad de maldad para ejecutar, con los numerosos medios a su alcance, una compleja operación de inteligencia que se fraguó al más alto nivel. Para acoger estas palabras basta remitirse al hecho cierto, comprobado histórica y judicialmente, de que el régimen militar tuvo una alta tasa de criminalidad durante sus 17 años. Pero, ¿cómo demostrar que, a todos sus delitos, agregó el asesinato de un ex Presidente de la República y líder -el más formidable de todos- de la oposición a la dictadura?

A partir de las sospechas hechas públicas recién 24 años después por el médico que lo operó -Augusto Larraín- de que hubo una “mano negra” en el deceso, las dos posibilidades -muerte natural o inducida- se han puesto sobre la mesa, con una cantidad atiborrante de elementos. El inicio de la investigación judicial tuvo relación con el secuestro y detención del químico de la Dina Eugenio Berríos, pero ya mucho antes -a partir del segundo ingreso del ex Presidente al quirófano, el 4 de diciembre de 1981- se comenzó a tejer una trenza de hechos, desde denuncias anónimas y libros sugerentes (“Siembra vientos” de Mariana Callejas) hasta diversos episodios presuntamente vinculados.

Hoy, según nos dijo el abogado Varela, sólo falta acreditar el vínculo directo entre el químico Berríos y la operación de inteligencia en torno a Frei, que por lo demás había comenzado mucho antes de su muerte, ocurrida el 22 de enero de 1982. Para que la verdad se establezca judicialmente y el magistrado emita un fallo se calcula un plazo que va desde fines del presente año hasta los primeros meses del próximo. Antes de que estalle dicha verdad, Carmen Frei apuntó sus sospechas hasta el propio Pinochet, mientras que su hermano Eduardo ha preferido decir que “la familia tiene la convicción de que hubo una sospechosa intervención externa en el fallecimiento”, no sin advertir de que “no tengan dudas de que vamos a llegar a toda la verdad”.

Una verdad en cuya trabajosa construcción -por un juez “excepcional”, según la familia Frei- el Ejército no ha prestado ninguna colaboración. El anterior comandante en jefe, Juan Emilio Cheyre, siempre contestó secamente que su institución no tenía antecedentes al respecto, pese a que algunos de sus miembros sí los aportaron efectivamente en el proceso. Su sucesor, el general Óscar Izurieta, halló una oportunidad propicia para referirse a un asunto implícitamente conexo: los honores que el Ejército contempla rendir a Pinochet cuando éste fallezca.

Si de Pinochet se trata, la trama de la realidad tejida en los 12 tomos del caso Frei no deja de aportar coincidencias que parecen más bien de una historia de ficción: los médicos-agentes de la Santa María ejercieron en la clandestina clínica London, que inevitablemente evoca a The Clinic, el establecimiento médico de Londres donde, 16 años después de la muerte de Frei, fuese detenido Pinochet, iniciándose en contra de éste una cadena de procesos donde ha sido desaforado, detenido en su domicilio, pero nunca condenado. Las sombras de las tres clínicas siguen proyectándose sobre la vida y la próxima muerte de quien encabezara implacablemente el régimen militar.

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