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Centros Chilenos en el Exterior

Flashes del exilio

Flashes del exilio

El fotógrafo chileno-francés Rodrigo Gómez Rovira inauguró “Residencia”

Fue uno de los desterrados de la dictadura de Pinochet. Creció en Francia, y hace diez años se subió a un barco que lo trajo de vuelta a Chile. Durante 45 días de viaje, su lente registró una transición. Estas postales y las que rescató de los baúles de su padre se exhiben desde ayer en el Centro Cultural Palacio de La Moneda, hasta el 11 de septiembre.

www.lanacion.cl Domingo, 20/08/06

Por Gabriela García B.

Foto: Autoretrato de Rodrigo Gómez Rovira.

Tenía cinco años cuando sintió el fierro de la metralleta apuntándole en el pecho. Era septiembre de 1973 y su casa, ubicada en el sector oriente de Santiago, era allanada por un pelotón de militares. Buscaban a su padre, Raúl, uno de los representantes activos de la Discoteca del Cantar Popular, que en ese momento andaba con el grupo Quilapayún en Francia.

“Tengo memoria viva de esa época. Recuerdo que entraron, rompieron todo y me interrogaron. Yo era un niño, pero sabía que no podía llorar. Fueron días traumáticos, duros. Y no nos quedó otra que irnos a París, donde estuve hasta 1996”, recuerda el artista que ayer inauguró la exposición “Residencia”, en el marco de la celebración del Día Nacional de Fotografía.

HACIENDO MEMORIA

La primera residencia de Rodrigo Gómez en esas latitudes recayó en el piso 28 de un edificio ubicado a siete kilómetros al noreste de París. “Nos radicamos en un barrio que había sido construido para que los obreros vivieran barato y dignamente. Una población, tipo Puente Alto, en la que mis amigos murieron de sobredosis de heroína, o que ahora están en la cárcel. Yo me salvé porque nosotros teníamos un mundo más fuerte y otras perspectivas de vida”, señala.

Y es que a pesar de que el artista reconoce que el “bicho del destierro te va carcomiendo de a poco”, su familia sobrellevó las distancias escuchando cueca. “Mi casa era Chile. Se hablaba español, y se comía mariscal, empanadas y humitas. Había guitarreos, y siempre se estaba pendiente de lo que pasaba acá. Recuerdo que llegaban compañeros a la casa que eran como intocables, y que yo veía reunirse, discutir y fumar. Siempre había un tipo durmiendo en mi cama que había que tratarlo con cariño, pues según mi viejo había sido torturado y venía triste”, profundiza abriendo sus ojos oscuros.

Lo otro que no olvida el documentalista es la obsesión de su padre por fotografiarlo todo de manera amateur, oficio que tiempo después él ejercería con el mismo fervor. “Desde que lo conozco anda con su cámara bajo el brazo. Y lo que yo encuentro muy noble en él es que le da un rol emotivo al ejercicio. Sin ninguna intención intelectual ha tenido la pulsión de hacer memoria de su vida, y son esas imágenes cotidianas las que hacen que su historia exista”, narra orgulloso.

En su caso, fue hace sólo 15 años que se descubrió siendo fotógrafo. Tras haber estudiado sicología, se dio cuenta que le interesaba más capturar lo que sucedía en la urbe que las historias de diván. “Lo primero que hice fue un fotorreportaje de la gente que toca música en las calles de París. Y de éste surgió la Semana de la Música, proyecto con el cual pude vivir mucho tiempo”, comenta empinando sus cejas luciferinas.

Es uno de los fotógrafos chilenos de más alto prestigio en el extranjero. Cubrió las elecciones que ganó Michelle Bachelet para el semanario “Newsweek”, publica en revistas como “Fibra”, “Cosmopolitan” y “Elle”. Es corresponsal en Latinoamérica de la agencia francesa Vu, y el lente que ha retratado a la compañía La Troppa en Aviñón.

“Siempre cuando fotografío trato de participar de la situación, del encuentro que deseo tener o me encargan tener. Mi intención no es fotografiar la realidad, sino la interpretación de ésta. En mis fotos están mis vibraciones”, acota.

REGRESO A CASA

Era 1996 y el fotógrafo empuñaba con fuerza los boletos que había comprado para emprender su retorno a Chile. Esa mañana, el cielo parisino tenía el tono grisáceo de un cuento de Cortázar, y un barco mercante de tripulación polaca aguardaba por él en Amberes, para luego perderse en el océano que lo llevaría hasta Valparaíso.

El fotógrafo se embarcó junto a un par de baúles que repletó de libros de Cartier Bresson, discos y decenas de rollos fotográficos vírgenes que agotaría durante el viaje. “Sentí que era el momento de conocer Chile, de hacer carne y hueso las historias que me habían contado durante toda mi infancia y mi juventud. Quería conocer a la señora que le ponía la cuota justa de chucrut a los sándwiches en la Fuente Alemana, conocer la Biblioteca Nacional; en fin… tantas cosas”, explica mientras sorbe un té verde en un local de Providencia.

Fueron 45 días en alta mar. El artista de cabellera arremolinada disparó el obturador cuantas veces quiso y escribió un diario personal. “Fue un paréntesis en mi vida, porque estaba en un espacio y un tiempo que me pertenecía íntimamente. Fue un viaje en el que no estaba ni en Francia ni en Chile, de absoluta introspección. Fotografié todo. Las paradas en Venezuela y Haití, los marinos. Pero lo interesante sucede ahora. Porque después de diez años vuelvo a mirar ese material, y elijo fotos de esas contemplaciones. Esos momentos de silencio y de ausencia que me permitieron hacer la transición están ahora en ‘Residencia’”, relata.

Pero las imágenes que lo hicieron disparar el obturador en aquella aventura no son los únicos recuerdos que se exhiben en el Centro Cultural Palacio de La Moneda. “Al volver de Francia sentí la necesidad de dar gracias a mi viejo por haberme heredado en gran parte el oficio de la fotografía. Fue entonces cuando se me ocurrió abrir las primeras cajas de zapatos de mi padre, donde había negativos, diapositivas y tiras de contacto. Lo bello ocurrió cuando al seleccionar las imágenes me di cuenta que empecé a contar mi Chile en Francia. Mi Chile original, el del exilio. Y para esta muestra seleccioné aquellas que tienen un peso en mi vida, y escribí lo que me recuerda esa foto. Me di cuenta que, al acumular esas imágenes, se está contando no tan sólo la historia mía o de mi familia, sino que la del exilio en Chile y en el mundo”.

–Y ahora que tienes pasajes de ida y de vuelta, ¿cuál es tu residencia?

–Mi país va desde el canal de Chacao al de Beagle. Actualmente estoy radicado en Valparaíso, y me gusta porque tengo el mar enfrente y puedo mirar el infinito. También porque es muy cosmopolita, y porque de Valparaíso uno puede tomar un barco e irse a cualquier parte del mundo. Eso es lo que quería cuando me vine, sentirme tranquilo, remata sonriendo. LND

¿Compañero, le puedo tomar una foto?

Fue lo primero que le dijo Raúl Gómez a Salvador Allende, tras verlo cruzar la calle junto a sus guardaespaldas. “Sí claro, pero en familia”, le contestó el Presidente, al darse cuenta de que había más gente con él en el auto. La postal fue capturada un fin de semana de 1972. En ella aparece el Presidente apoyando sus manos sobre los hombros de Rodrigo, la señora Rovira con su segundo hijo en brazos, y un extraño personaje con su guagua, alguien que pasaba por allí y que les pidió salir en la foto. En ese entonces, ninguno sospechaba que Allende sería derrocado, que se venía una dictadura, y que aquella imagen se convertiría en uno de los pocos objetos que la familia Gómez Rovira se llevaría consigo al exilio. Pero eso no es todo. “El viernes nos pasó algo increíble”, dice Rodrigo, “conocimos al tipo anónimo de la foto. Dice que se vio en la foto, y que por eso llegó a la exposición. Se llama Carlos y nos hemos vuelto a reconocer después de 30 años”, remata.

1 comentario

Clara Cardenas -

Conoci a Raul Gomez en sus anos de exilio en Paris como resultado de un encuentro en uno de los tantos eventos que se organizaban en aquella época de la dictadura pinochetista. Anos después de su regreso a Chile quise saber de él, de Consuelo y de sus tres hijos, sin lograrlo. Fué por casualidad, leyendo el numero de septiembre de la revista Books, que vi la reseña sobre el libro "Repertoire" publicado por Rodrigo en Francia. Me lleno de una profunda emocion ver las imagenes de Raul y saber que su hijo mayor fructifico el don heredado de su padre. Recuerdo muy bien el departamento de Colombes y el ambiente que reinaba alli, era Chile en la banlieue parisina, era la calidez, la solidaridad y a pesar del dolor del exilio, la alegria que traia consigo la musica que siempre se escuchaba en el hogar de los Gomez. Si este mensaje llega a Rodrigo, va con el mi saludo carinoso y un pensamiento de carino y amistad a Consuelo, ahora que su Raul la acompaña de otra manera. Soy Clara, colombiana de Paris.