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Centros Chilenos en el Exterior

Abiertas las grandes alamedas

Abiertas las grandes alamedas

La presidenta asume entre lágrimas, aplausos y emoción

Llegó el momento. Michelle Bachelet se terció la banda y asumió como Presidenta de la República, en una escueta ceremonia algo más distendida de lo habitual, entre el fervor de la galera y el aplauso de tantos invitados estelares. El colofón fue la gloriosa entrada a La Moneda.

Nación Domingo  www.lanacion.cl    Por Betzie Jaramillo

La luz del puerto se reflejaba en la delicada humedad de la atmósfera y Valparaíso estaba radiante y silencioso. Un cartel escrito a mano en un modesto negocio decía: “Chao Ricardo. Hola Michelle. Me obligan a tener cerrado, pero mañana abriremos”. Más cerca del Congreso, las bandas militares desfilaban por las calles de alrededor. Y comenzaban a llegar los invitados en buses y hacían cola para entrar al edificio. Un ex alto cargo pedía un último favor por celular: “Aunque ya no soy nadie, quiero pedirte un par de gauchadas”. Llegaba la hora del relevo.

El Salón de Honor del Congreso parecía una pequeña ONU. Todos los colores, todos los idiomas Al igual que los cientos de periodistas internacionales y cámaras que luchaban por un lugar, un hueco desde la galería, para ser testigos de lo que ocurría para luego contarlo al mundo. Arriba y abajo, todos esperaban a los protagonistas de la sesión: Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. Mientras tanto, se esperaba que entraran algunos invitados que tenían categoría de coprotagonistas.
 

Hugo Chávez fue el primero de ellos. Gran revuelo. A su alrededor se amontonaban los importantes y parecía estar dando audiencia de pie en el pasillo del salón. Insulza se hizo un hueco entre el grupo para darle un abrazo. A su lado destacaba por una cabeza el príncipe Felipe de Borbón, que escuchaba silencioso lo que ocurría alrededor y soportaba una que otra conversación. Un murmullo anunció la entrada del Presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva.
 

TODOS VUELVEN LA CABEZA
 

Hasta que un aplauso cerrado hizo que todos volvieran la cabeza a la puerta: era Evo Morales, vestido con una elegante chaqueta étnica. El Presidente de Brasil y el de Bolivia se abrazaron en lo que no parecía sólo un gesto de protocolo. Poco después entró Condoleezza Rice, que no provocó ningún aplauso, pero sí amables saludos de los invitados y rápidamente se instaló en la cuarta fila. Luego llegó Nestor Kirchner, acompañado de su esposa Cristina Fernández, que se sentó espléndida en su asiento en la primera fila. Con Alejandro Toledo de Perú, Tabaré Vázquez de Uruguay y Nicanor Duarte de Paraguay quedaba completa esa primera fila, que reunía a los Presidentes de Sudamérica y que más parecía un “dream team”.
 

La megafonía pidió que todos se sentaran, porque estaba a punto de entrar Ricardo Lagos. Todos en pie y un estruendo de aplausos y “bravos” anunció su entrada y lo siguió hasta la mesa presidencial, interminable. Lagos se veía conmovido, con los ojos húmedos, y levantaba los brazos para saludar a la galería, a los más cercanos a la alfombra roja, a todos. Y no sólo él luchaba por contener la emoción. Muchos fueron los pañuelos que enjugaron lágrimas al verlo por última vez con la banda presidencial.
 

Y con un toque de campana se anunció: “En nombre de Dios, se abre la sesión”. “¿Cuál Dios?” preguntó irónico un periodista extranjero. La verdad es que por primera vez los senadores que habían asumido un par de horas antes pudieron optar por jurar ante la Biblia o prometer ante la Constitución. Y tras la lectura de una fórmula de protocolo, el secretario general del Senado fue a buscar a Michelle Bachelet a la entrada del salón.
 

Una vez más el público de pie estalló en una ovación. Michelle Bachelet entró con una enorme sonrisa, vestida con un traje de dos piezas de seda color perla, y caminó por la alfombra roja devolviendo los saludos a diestra y siniestra, especialmente a los presidentes de América del Sur. Kirchner le hizo un guiño coqueto que ella respondió cómplice. Al llegar a la mesa, el público coreó “oé, oé, oé, Michelle, Michelle” y ella no podía dejar de sonreír ante la mirada más que atenta de Ricardo Lagos. Al firmar el acta, alguien del público gritó:
 

-¡Te amamos, Michelle!
 

Y ella saludó con la mano en el corazón, que ya se ha convertido en uno de sus mejores gestos, como fue el famoso dedo de Lagos, y luego le dijo a Frei al oído: “Podría haber mandado el teléfono”.
 

SÍ, PROMETO
 

Eran las doce y cuarto cuando dio comienzo al momento central de la investidura. “Prometéis desempeñar fielmente el cargo de Presidente de la República, conservar la independencia de la nación y guardar la Constitución y las leyes”, preguntó el presidente del Senado, el ex Mandatario Eduardo Frei Ruiz-Tagle, a lo que Bachelet respondió con un alto y claro “Sí, prometo”, levantando su mano derecha.
 

Y le colocó la banda presidencial. Cuando Ricardo Lagos le añadió la estrella dorada, la piocha de Bernardo O’Higgins, símbolo de poder, en la banda, hubo un momento en que parecía que todos iban a llorar. Chile tenía la primera Presidenta de su historia.

Fueron sólo tres minutos, pero la intensidad de la breve ceremonia quedará en la memoria de los 30 jefes de Estado, las 100 delegaciones extranjeras y los mil invitados en el Salón de Honor. El Himno Nacional fue cantado entre sollozos por buena parte del público. Después, Ricardo Lagos junto a su esposa Luisa Durán abandonó el salón entre más aplausos.
 

LOCURA CON EVO
 

El fin de la ceremonia dio el disparo de salida a los periodistas para asaltar a los más codiciados. La corbata roja de Hugo Chávez apenas se veía entre la nube de cámaras y micrófonos que casi le impedían avanzar y Néstor Kirchner declaraba “para nosotros es un gran honor que su primer viaje sea a nuestro país”.
 

Y la locura seguía alrededor de Evo Morales. No había seguridad que impidiera los empujones y hubo un momento en que el Presidente de Bolivia tenía la cara desencajada, casi con miedo, ante la avalancha. Hasta que los carabineros del Senado intervinieron para que, al menos, pudiera respirar y caminar. Al príncipe Felipe nadie le preguntaba nada a pesar de que su guardia personal iba anunciando que no respondería ni una pregunta y Condoleezza Rice prefirió salir por una puerta lateral.
 

El colofón vino con la caravana que llevó a la Presidenta desde Valparaíso hasta La Moneda, que concluyó la algarabía con una frase en la que ella proclamó que ahora sí, por fin, se habían abierto las grandes Alamedas. La era Bachelet había comenzado. LND

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