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La encrucijada de Sebastián Piñera

La encrucijada de Sebastián Piñera

No puede con la UDI

El candidato de la Alianza por Chile no logró que la derecha apoyara la modificación al sistema binominal, como quería para sus propósitos electorales. Sus socios de la UDI se opusieron terminantemente, y la totalidad del bloque acabó absteniéndose en el Congreso. Todo un golpe.

La Nación www.lanacion.cl

Lo ocurrido esta semana en el Congreso no debería llamar al asombro. No es primera vez que Piñera cambia de caballo en medio de la carrera; tampoco será la última. Quizá la característica que más lo define, precisamente, es su capacidad para reinventarse cada vez de acuerdo con las circunstancias y a sus propios objetivos. Su problema de hoy es captar, si no todos, la mayor parte de los votos de Lavín no sólo para tener opción de disputar la Presidencia. Si llegara a marcar menos que Lavín el 89, ese sí sería su fin... a menos que vuelva después de una década más de travesía por la bolsa.

Así las cosas, al candidato de la Alianza por Chile le fue imposible siquiera negociar con su socios gremialistas una opción menos penosa que negarse rotundamente a discutir el tema. En palacio no se esperaban que las cosas se les dieran tan fáciles. Los analistas creían que era posible que la derecha votara a favor la idea de legislar, y recién al momento de entrar en detalles se opusiera al proyecto argumentando sobre sus desventajas. Mientras más a fondo se entrara en el tema, más se alejaba el asunto del sentir de la ciudadanía. Así de simple.

Que los parlamentarios de la oposición se negaran de entrar en materia terminó por aclarar los alcances de los hechos: la UDI jamás estará dispuesta a modificar el sistema electoral, pues, como lo ha señalado el presidente del partido hasta el cansancio, para ellos “es un asunto de principios”. Si Piñera quiere gobernar con ellos va a tener que acostumbrarse a acatar, sí o sí. Y sin ellos no puede.

NECESITA NUEVOS VOTOS

En ese sentido, la sorpresa vino de la mano de la disciplina casi militar demostrada por la bancada de diputados RN, nunca antes vista. La muestra más clara estuvo en el rostro de uno de esos diputados del partido de Piñera que en los últimos años destacaron como incondicionales de Lavín, conocidos como la quinta columna de la sede de Antonio Varas. Al tiempo que esbozaba una sonrisa, al honorable aquél, justo saliendo de la sala, se le oyó decir que “justamente eso era lo que le faltaba a mi partido: la disciplina de la UDI”.

El problema es que al abanderado derechista los votos de Lavín no le son suficientes para llegar al piso que le dejó el ex alcalde capitalino hace seis años. Y él lo sabe: también necesita nuevos votos. Por eso su majadería para tocar la puerta de Alameda 1460. Pero el análisis de los resultados obtenidos el 11 de diciembre indican que poco o casi nada recogió por esos lares, más allá de algún que otro nombre que le ha servido para marquetearse; los votos de la DC se fueron mayoritariamente a Bachelet.

A su otro público objetivo, los jóvenes y no tanto pero recién inscritos, a quienes les ofreció un estilo distinto, una nueva forma de hacer política, este miércoles los sorprendió en medio del sueño con un balde de agua fría. Definitivamente, el de estos días no es el Piñera que vieron en mayo resistir varios días el duro embate de su mejor enemigo por sacarlo de la presidencia partidaria. No, los jóvenes y aquellos que había postergado por años su inscripción en los registros apestados por un sistema político evidentemente antidemocrático, lo último que se esperaban era ver a Piñera bailando al son de la música que puso Novoa.

INCONSECUENCIAS

 Desde sus primeras incursiones en la esfera política, allá por fines de los ’80, no han sido pocos los momentos en que Sebastián Piñera ha caído en contradicciones con los principios que dice defender y representar. Desde sus conocidas bajadas a las candidaturas presidencial en 1992 y la de senador por la V Región Costa en 2004 mientras repetía “no depondré mi candidatura”, hasta sus declaraciones ambiguas en materia de regulación de la participación de los funcionarios públicos en materias empresariales. El tema del sistema electoral no ha sido ajeno a este “modus operandi” del empresario. En 1992, mientras ejercía como senador, el candidato de la Alianza por Chile hizo una de sus primeras declaraciones respecto al sistema binominal. En esa oportunidad señaló que, a su juicio, este mecanismo no sólo “no es injusto”, sino que es “tan democrático como cualquier otro”. Precisó, además, que la mayor ventaja de este sistema es que tiende a beneficiar a las grandes fuerzas políticas y “brinda mayor seguridad al país”.

En ese tiempo, claro, RN era el partido que roncaba en la oposición, el más grande, el más favorecido por el sistema. La conveniencia del comentario se evidenciaba, asimismo, en la tesis absolutamente contraria que sostenía su eterno rival interno. Sí, aunque cueste creerlo, hubo un tiempo en que Longueira pensó que sería bueno modificar el sistema. Nunca tan principista como Novoa y el resto de los gremialistas, el pragmático opositor veía en ello una clara oportunidad para sincerar la representación política en su bloque, en el cual su partido estaba subrepresentado.

UN LARGO SILENCIO

Esa primera postura evidenciada por el ahora candidato presidencial derechista duró casi nada y se fue de uno al otro extremo. Ese mismo año, preocupado por el sistema electoral chileno, señaló, tras reunirse con el general Pinochet, que estaba a favor de la eliminación de los senadores designados a partir del año 1997.

Más adelante, el 96, volvió a la carga con otra propuesta electoral: instaurar un mecanismo de primarias similar al que rechazó este año tras el emplazamiento público que le hiciera su actual generalísimo Joaquín Lavín. En esa oportunidad dijo que este mecanismo “sería utilizado por los partidos o coaliciones que al menos reúnan el 5% de la votación nacional y consistirá en elecciones abiertas y sucesivas en seis agrupaciones regionales donde triunfarían los candidatos que sumaran el mayor número de preferencias”. Además agregó que, con algunas adecuaciones, este sistema podría servir incluso para seleccionar los candidatos al Parlamento.

Después de esto hubo un silencio de años. Hasta que, en pleno apogeo de la guerra mediática Piñera-Longueira, el tema del sistema electoral, específicamente el binominal, resurgió con fuerza desde las cenizas como una forma de hacer una distinción clara entre los postulados de Renovación Nacional y la UDI en materia de reformas constitucionales.

Fue precisamente el 4 de junio de 2003, tras una reunión de media hora con el Presidente Lagos, cuando el entonces presidente de RN le entregó un documento al Mandatario con una serie de propuestas de reformas a la Constitución donde destacó precisamente la intención de corregir el sistema electoral. En la oportunidad, Piñera declaró que esperaba “lograr un acuerdo para poner término a 14 años de esfuerzos infructuosos, intentos fallidos, y lograr de una vez por todas un acuerdo constitucional para tener una Constitución democrática, que tenga legitimidad y el apoyo de la gente”.

La respuesta del entonces respectivo presidente de la UDI no se hizo esperar. Longueira no tardó en señalar en su estilo más enérgico que su partido “tiene una postura clarísima con respecto a todas las reformas y lo que no está dispuesto es a modificar el sistema binominal; a todas las otras reformas estamos absolutamente claros”. Es decir, habían cambiado de esquina. ¿Por qué? Simple: el lugar privilegiado que tenía RN a princpios del 90, ahora lo ocupaba la UDI. La tienda de Antonio Varas hacía de vagón de cola, y ni loco Longueira sería partidario, en estas condiciones, de sincerar la representación partidaria. LND

Traje a la medida

En buen chileno, el sistema inventado por los constitucionalistas y técnicos electorales de la dictadura no es otra cosa que un traje a la medida, tan especialmente ajustado a la anatomía de la derecha que se aseguraron, calculadora en mano, que en ninguna circunscripción o distrito que diseñaron en 1989 el No hubiese doblado al Sí.

El objetivo era simple: repartirse el Legislativo mitad y mitad. Y, para inclinar la balanza a su favor, por si el veleidoso electorado aumentaba su preferencia por los de la otra vereda, tomaron un seguro: los senadores designados.

Efectivamente, si se cuentan los votos del plebiscito de octubre de 1988 distrito a distrito, circunscripción a circunscripción, en todos ellos el régimen militar obtuvo, al menos, un tercio de las preferencias. Y con ello basta para tener la mitad del Poder Legislativo.

De hecho, en las primeras parlamentarias postdictadura, en diciembre de 1989, la Concertación obtuvo el 51,49% de los votos y eligió al 57,5% de los diputados; y la alianza opositora, con el 34,18% de las preferencias electorales, se quedó con 40% de la cámara baja. Que la Concertación doblara en nueve distritos esa vez escapó a los cálculos de los ideólogos del régimen. Tan desacostumbrados que estaban a las elecciones, no pensaron en el efecto ganador: siempre hay un margen de votantes que ponen su voto a ganador, a pocos les gusta perder.

Otra rareza del sistema se puede observar en la representación espacial de distritos y circunscripciones: uno de los más emblemáticos es la forma de “L” que adquiere la VIII Región Norte.

En lo que se refiere a distritos, los hay conformados por una sola comuna (como los de Santiago, Rancagua, Concepción o Talcahuano); y otros, por varias comunas de una misma provincia (Distrito 2, Iquique). Pero también existen algunos que contienen en su seno a comunas de diferentes provincias, como ocurre en la VI Región o en la VIII. Como si no bastara, hay distritos conformados con la totalidad de las comunas de una región (XI y XII).

La configuración de las unidades territoriales electorales ni siquiera respetó mínimamente la representatividad de cada elector. Si comparamos los dos distritos con mayor y menor número de electores, respectivamente, la diferencia resulta astronómica. En el distrito 20 de Maipú hay 288.371 votantes, mientras que en el distrito 59 de Coyhaique –que es idéntico a la circunscripción respectiva– sólo hay 56.058 ciudadanos con derecho a sufragio.

Si extrapolamos esta diferencia numérica a las circunscripciones, los resultados son aún más asombrosos. En este sentido, el voto de una persona que ejerce este derecho en Santiago Poniente vale aproximadamente 30 veces menos que el de un votante de la XI Región. Sin embargo, dentro de las dependencias del Congreso Nacional, el voto de los senadores de estas regiones vale exactamente lo mismo.

Además, si sumamos a estas desproporciones en la composición de los distritos y circunscripciones, los quórums exigidos para cambiar ciertas materias de ley –como el que se exige para modificar el sistema binominal–, se puede ver a simple vista que las ataduras de la primera fuerza política a la segunda son exuberantes. Es por esto que el Gobierno ha aprovechado esta instancia de elecciones para establecer diferencias claras respecto a este tema que ha formado parte importante de los gobiernos de la Concertación. Si bien aún no ha servido para obtener frutos reales que permitan iniciar un proceso de legislación respecto al tema, al menos ha servido para poner sobre la mesa esta discusión.

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